Breve historia de Abuelas de Plaza de Mayo.

carlotto

Estela Barnes de Carlotto era una mujer común, empujada por las circunstancias a cumplir un papel extraordinario. Señora de clase media con buen pasar, educada en un hogar antiperonista, directora de escuela, casada con el dueño de una pinturería de La Plata, fue arrojada a un nuevo destino por la dictadura que comenzó en 1976.

Sus tres hijos universitarios eran militantes de la Juventud Peronista. Laura, estudiante de Historia, integraba el aparato de prensa de Montoneros. En agosto de 1977, su padre le prestó una camioneta para hacer una mudanza; cuando cayó la noche y la camioneta no volvía, el padre sospechó que algo estaba mal y fue hasta la casa a la que su hija se mudaba. Encontró todo revuelto. Al salir, fue secuestrado; era una emboscada que Laura había eludido. Fue llevado a un centro clandestino y torturado. Estela apeló a todos sus contactos hasta que un intermediario le exigió un rescate de 40 millones de pesos: era el valor de un departamento. Estela pagó. Veinte días después, lo liberaron.

Laura escapó a la Capital Federal, donde comenzó una vida clandestina. Llamó por última vez a sus padres en noviembre de 1977. No supieron más de ella hasta que, en abril de 1978, una sobreviviente de un centro clandestino conocido como La Cacha les avisó que su hija estaba viva. Por ella supo Carlotto que Laura estaba embarazada de dos meses y medio cuando la secuestraron.

Carlotto era amiga de una hermana del general Bignone, quién sería el último presidente de la Junta Militar y a quien fue a rogarle por su hija. Bignone le dejó en claro que los desaparecidos no aparecían más, pero prometió averiguar. El 25 de agosto de 1978, Carlotto y su marido fueron citados a una comisaría, donde les entregaron el cadáver de Laura, con tres balazos en la nuca y uno en el vientre para ocultar su maternidad. Unos días más tarde, Carlotto se sumó a Abuelas. Lentamente, en base a su firmeza, energía y ambición, fue apropiándose del liderazgo de la organización hasta convertirse en presidenta.

Una de sus primeras tareas fue llevar las denuncias al exterior, conseguir apoyo de organizaciones internacionales, grupos de derechos humanos y gobiernos extranjeros, e información sobre sus nietos en las redes de sobrevivientes de centros clandestinos que habían estado secuestrados con sus hijos y habían logrado escapar o habían sido liberados. Así, uniendo fragmentos de información, fueron comprendiendo la dimensión del proceso que se había tragado a sus hijos y a sus nietos. En Brasil, París y México, Carlotto y otras abuelas se encontraron con ex detenidos del campo de la Escuela de Mecánica de la Armada, quienes les contaron que en el Hospital Naval había una lista de marinos que no podían tener hijos a quienes se les entregaban bebés de secuestradas, les dieron precisiones sobre dónde habían estado sus hijos, si habían muerto, cuál era el sexo, nombre y estado de salud de sus nietos, y las ayudaron a trazar mapas de los centros clandestinos.

En uno de esos viajes a Brasil, Carlotto confirmó que era abuela de un varón.

Una sobreviviente de La Cacha, la abogada Alcira Ríos, había estado detenida junto a su hija Laura, a quien reconoció en las fotos que llevaba Carlotto.

Cuando Alcira llegó a La Cacha, Laura ya había dado a luz y había sido separada de su hijo. Le contó que la habían llevado a parir al hospital militar, que el bebé había nacido sano, que lo había llamado Guido en honor de su padre y que se lo habían sacado casi enseguida. Le habían dicho que lo llevarían con sus abuelos, y Laura tenía la esperanza de que estuviera con su madre, aunque por momentos sufría ataques de llanto y gritaba que no sabía que habían hecho con su hijo.

En las pocas semanas en que compartieron su cautiverio, Laura y Alcira habían establecido un fuerte vínculo. A Alcira le gustó Laura, y le agradecía que hubiera cuidado a su marido, también secuestrado en La Cacha, torturado brutalmente en la cabeza y en los ojos, que se le habían infectado; Laura se había arreglado para conseguir antibióticos y le había revisado las heridas. La noche en que se anunció que sería “trasladada” – un eufemismo para ocultar que los detenidos eran enviados a la muerte -, Laura se arrastró hacia la cueva sucia y oscura en que Alcira había sido encadenada y le pidió que le diera algo para recordarla. Alcira no tenía nada para darle, salvo el corpiño de encaje negro que llevaba cuando la secuestraron y todavía tenía puesto. Laura fue enterrada con él.

En 1985, cuando Alcira volvió del exilio, Carlotto la convenció de sumarse a Abuelas como abogada para ayudar a recuperar a los niños robados. Alcira no dijo que sí de inmediato; tenía sus dudas. Había conocido a varios de los desaparecidos cuyos niños eran buscados, y ella misma había sufrido el secuestro y la tortura. ¿No resultaría un proceso morboso? Los niños llevaban varios años viviendo con las familias que se los habían apropiado, era todo lo que conocían; ¿y si arrancarlos de esas familias les causaba un mayor daño psicológico? ¿Qué era lo mejor para ellos?

Alcira consultó a una psiquiatra a la que respetaba, y ésta le contó que tenía pacientes de 80 años que no conocían su verdadera filiación y seguían, a su edad, preguntándose quiénes eran. “No te preocupes – le dijo -. Nadie puede vivir sin saber quién es”. Alcira aceptó el ofrecimiento de Carlotto. “Ya que sobreviví – se dijo -, voy a dedicarme a encontrar a los hijos de las compañeras que no.” Muy pronto se convirtió en una pieza central de la asociación, al diseñar la estrategia jurídica para recuperar a los niños y manejar las relaciones con jueces, fiscales y abogados.

El 19 de marzo de 1980, las Abuelas recuperaron a las primeras dos niñas apropiadas, Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, hijas de una madre y dos padres, militantes desaparecidos entre 1976 y 1977. (1)

El 5 de agosto de 2014, 36 años después de asociarse a Abuelas, Estela de Carlotto encontró a su nieto (nieto n° 114). Había nacido en el hospital militar el 26 de junio de 1978, hijo de Walmir Montoya y Laura Carlotto, asesinada dos meses después.
El joven, profesor de piano que creció como Ignacio Hurban tras ser inscripto como hijo biológico del matrimonio de Clemente y Juana Hurban (imputados en la causa al igual que un médico que firmó su falsa partida de nacimiento), se había presentado voluntariamente ante la sospecha sobre su identidad, y finalmente las pruebas de ADN confirmaron el parentesco.
A diciembre de 2015, la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo lleva 119 restituciones de nietos recuperados.

NOTAS:
(1) Texto de Graciela Mochkofsky, «Pecado Original, Clarín, los Kirchner y la lucha por el poder», Editorial Planeta, 2011. Págs 232-236.

 

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